07 mayo, 2008



LA DIRECCIÓN DE CARAVASAR,
BLOG DEL ESCRITOR VENEZOLANO
ARMANDO JOSÉ SEQUERA,
ES LA SIGUIENTE:

20 octubre, 2006

Caravasar, 21 de octubre 2006

El cuento que presento a continuación es uno de los que más quiero.
Integra el libro Caída del cielo, que es el cuarto de la serie protagonizada por el tío Ramón Enrique, un zapatero remendón de Cabudare, una población del estado Lara tan próxima a la capital, Barquisimeto, que ya forma parte de ésta.
Los tres primeros libros de la serie son:
Evitarle malos pasos a la gente, que me ha proporcionado dos premios internacionales (Casa de las Américas: La Habana, Cuba, en 1979, y Diploma de Honor IBBY: Basilea, Suiza, en 1995); Espantarle las tristezas a la gente y Pequeña sirenita nocturna (con la que obtuve en 1996 el premio de la Bienal Nacional “¡Canta, Pirulero!”, del Ateneo de Valencia).
Los cuatro libros forman parte del catálogo de la Editora Isabel De los Ríos, de Caracas. Si desea conseguir estos libros, puede escribir a la profesora Isabel De los Ríos, a la siguiente dirección electrónica: luizabel@gmail.com

LA PUERTA DE PAPÁ



Papá siempre quiso tener una puerta para él solo y una tarde salió del trabajo y compró una, con su base, su marco y su picaporte.
La trajo en su carro como a un pasajero incómodo y, ante nuestra sorpresa, la plantó en medio del patio.
-No quiero que nadie la toque -dijo, mientras la instalaba.
Y nadie la tocó. Ni siquiera él, que a partir de entonces no encontró tiempo para disfrutarla.
En el mes y medio siguiente, la lluvia y las gallinas que la usaban como dormitorio cuando hacía calor hicieron que la puerta se encorvara y ya no pudiera calzar en el marco.
Un domingo, papá se levantó temprano a preparar uno de esos desayunos con los que le gustaba sorprender a mamá en la cama y salió al patio a buscar huevos y naranjas. Entonces vio la puerta y nos preguntó por qué no la habíamos utilizado. Cuando le recordamos que él lo había prohibido, se puso como el lápiz de labios de la tía Marcia.
Poco antes del mediodía, la reparó, le puso un techo rojo a ambos lados, la pintó y nos la dio a Gustavo, a mí y a nuestros primos.
Desde el primer momento, nosotros la usamos para viajar al pasado y al futuro, para ir del más acá al más allá, para entrar por un lugar del mundo y salir por otro y para asomarnos a las cosas que no conocemos.
Después le fuimos agregando juegos, hasta que también nos sirvió para ir al fondo de los mares y al centro de la Tierra, para pasar de un planeta al otro en el sistema solar, para entrar a cualquier órgano del cuerpo humano y para viajar entre los sueños.

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19 octubre, 2006

Caravasar, 20 de octubre 2006

Hace poco concluí una recopilación de mis cuentos y minicuentos sueltos que titulé El último rastro del fuego. Este libro ­­–toda una colcha de retazos, pues contiene textos narrativos inéditos, escritos entre 1972 y este año­­–, está en manos de una editorial foránea y tiene una particularidad: debido a los altos costos de impresión de los libros, me vi obligado a buscar patrocinantes para cada una de las nueve partes en que está dividido. Una de las pautas publicitarias que obtuve fue la de Inmateriality, una empresa dedicada a la venta de dioses nuevos y usados. Por cierto: quiero dar un agradecimiento público a su propietario, el señor Heberto González, un ingenioso amigo que está en trámites para convertir a este negocio en una exitosa franquicia.


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18 octubre, 2006

Caravasar, 19 de octubre 2006

TODOS SOMOS PAISANOS





Los seres humanos somos todos paisanos.
Cuando nos encontramos con alguien de nuestra parroquia en otra ciudad u otro pueblo, nos alegramos.
Esto mismo ocurre cuando estamos de visita en un país que no es donde hemos nacido y nos topamos con un compatriota.
Algo similar sucedería si pudiésemos viajar por otros sistemas solares. Al encontrar a una persona de nuestro sistema solar nos sentiríamos muy agradados.
Imaginemos ahora que nos hallamos en una galaxia distinta a la Vía Láctea. También nos sentiríamos contentos de compartir con alguien de la que consideramos nuestra galaxia, ¿verdad?
Y qué decir si tuviésemos ocasión de trasladarnos a otro universo. Obviamente, consideraríamos como paisano a cualquier individuo nacido en el que estimamos como nuestro.



Este ejercicio mental me ha llevado a pensar que todos los nacidos en el planeta Tierra somos paisanos, sin importar el lugar donde hemos nacido.
Claro está, cada quien ha nacido en una ciudad o un pueblo distinto, en un país diferente, en alguno de los cinco continentes habitados. Pero todos somos terrícolas. Todos pertenecemos al mismo sistema solar, a la misma galaxia, al mismo universo.
Vistas así las cosas, nuestra perspectiva se hace más amplia. De este modo, ya no sólo tenemos una casa en una calle, en un barrio o urbanización de una parroquia, en un pueblo o ciudad, en un estado o provincia, en un país de un continente, sino que esa casa se halla en una calle de un barrio o urbanización de una parroquia, en un pueblo o ciudad, en un estado o provincia, en un país de un continente del planeta Tierra, que forma parte de uno de los sistemas solares de la galaxia llamada Vía Láctea, en el único universo que conocemos.



Entonces, ¿tiene sentido el regionalismo? Sí, pero sólo hasta cierto punto.
Como ya señalamos al principio, existe una identificación con quienes han nacido o vivido cerca o en el mismo lugar donde hemos nacido o vivido. Una identificación que nos regocija al advertirla.
Lo que proponemos no es eliminarla sino ampliarla. Sentirnos paisanos no nada más de quienes comparten los espacios pequeños con nosotros, sino sentirnos paisanos de aquellos con quienes compartimos todo el espacio.
Ello puede conducirnos a una mayor identificación incluso con quienes no comprendemos, por razones de cultura, religión o idioma. Son paisanos de continente, de planeta, de galaxia o de universo.
Paisanos.
Y nos contenta toparnos con nuestros paisanos en cualquier lugar del mundo que ocupamos.

17 octubre, 2006

Caravasar, 18 de octubre 2006

A partir de la próxima semana, este blog aumentará sus pretensiones y no estará dedicado solamente a mostrar aspectos de mi obra.
Tan exacerbado narcisismo ha tenido su origen en mi desconocimiento de lo que era montar un blog. Ahora, no es que sé mucho, pero creo que ya tengo los suficientes conocimientos y amistades que me aconsejan cómo no meter tanto la pata como para arriesgarme a más.
Trataré de eludir la monotonía, invitando a otros escritores y escritoras que lo hacen mejor que yo; homenajeando a maestros literarios desaparecidos o aún vivos que admiro; presentando textos narrativos, poéticos o ensayísticos de nuevos autores e incorporando reseñas de libros hechas por mí o por personas amigas, que registren el acontecer editorial y literario de Venezuela.
Mientras tanto, aquí sigo presentando textos míos, al tiempo que aprendo algo más de HTLM. En esta ocasión, van dos textos humorísticos breves de mi libro Vine. Vi. Reí., de inminente aparición en la colección Debate de Random House Mondadori.
En las imágenes aparecen, en primer lugar, la chimenea de la casa del crítico del primer texto y, en segundo, los protagonistas del otro texto: el señor Calvin Coolidge –trigésimo presidente de los Estados Unidos­–, y su esposa, Grace Goodhue Coolidge.


Crítica al crítico



A fines de 1997, un joven escritor francés al que en una nota de prensa un crítico había humillado, insultado e incluso invitado a que se suicidara le escribió a su depredador literario una breve carta y se la envió por fax.
El crítico la recibió en su estudio y, de inmediato, procedió a su lectura.
Mientras lo hacía, fue cambiando de colores y, al terminar de leerla, la arrojó a la chimenea.
La nota, cuyo original fue dado a conocer después por el joven escritor, decía textualmente:
“Me encuentro en la más pequeña e íntima habitación de la casa. Tengo su crítica delante de mí. Pronto la tendré detrás”.

El "Efecto Coolidge"




En 1927, durante una visita que el entonces presidente de los Estados Unidos, Calvin Coolidge, hizo a una granja, ocurrió una anécdota que, aunque se considera falsa, curiosamente dio nombre al efecto psicológico conocido como “Efecto Coolidge”.
El “Efecto Coolidge” se ha estudiado en laboratorios estadounidenses como parte del comportamiento sexual de las ratas, pero no se sabe aún con certeza si forma parte de la sexualidad humana. Dicho efecto sugiere la posibilidad de que un cambio de pareja puede renovar el apetito sexual del varón, cuando ya no lo despierta su compañera de siempre.
Se cuenta que, durante el recorrido por la granja, la señora Coolidge –junto a un grupo que avanzaba delante del formado en torno al presidente–, vio a un toro apareado a una vaca.
La señora Coolidge fue informada de que el animal había hecho lo mismo unos minutos antes y exclamó:
–¡Díganselo al señor Coolidge!
Minutos después, cuando el presidente llegó a la escena, fue enterado del comentario de su esposa. Coolidge preguntó si ésta era la misma vaca que el toro había cubierto antes y, cuando le respondieron que no, dijo:
–¡Díganselo a la señora Collidge!

16 octubre, 2006

Caravasar, 17 de octubre 2006

La semana pasada fue publicado un nuevo libro mío, aparte de Acto de amor de cara al público. Este otro libro se titula Reflexiones nocturnas para crecer en el día y es una nueva recopilación de mis aforismos. La primera circuló con el título Hallazgos. En ambos casos, la publicación ha sido posible gracias a Ediciones San Pablo, de Caracas. Como aún no he recibido el libro, no añado la portada, sino una ilustración bajada de la red.





REFLEXIONES NOCTURNAS
PARA CRECER EN EL DÍA



Si admites tu fracaso y comprendes qué lo causó, no has perdido del todo. Más pierde, en realidad, aquel que triunfa sin saber por qué.

Asombra que un suceso que vemos en la televisión y que no nos quita ni el apetito ni el sueño sea inolvidable e, incluso, decisivo para sus protagonistas.

Si Dios nos dotó de inteligencia y albedrío, obviamente no esperaba sumisión: quería diálogo.

Resulta siniestro advertir que objetos, imágenes, ideas y personas que veneramos, que colocamos a veces por encima de nosotros mismos, a nuestra muerte mudan de condición y corren el mismo destino de todo lo que menospreciamos.

La vida es un concierto: por favor, no desafines.

Proponte un viaje a través de tu espíritu: en él encontrarás numerosos territorios inexplorados, confines insospechados, espacios repletos de sorpresas, en uno de los cuales, agazapado, tal vez encuentres a tu verdadero yo.


Reflexiones nocturnas para crecer en el día. Ediciones San Pablo, Caracas, 2006.

15 octubre, 2006

Caravasar, 15 de octubre 2006

En esta ocasión, me limitaré a colgar de esta página un poema para niños titulado Un hombre sin cabeza . Es un texto que me plantea un dilema: no sé si presentarlo como inédito, pues no ha sido publicado como parte de un libro; o como édito, debido a que tiene más de dos años circulando en varias páginas de la red. En todo caso, aquí está:


Un hombre sin cabeza




Un hombre sin cabeza
no puede usar sombrero.
Pero éste no es
su mayor problema:
no puede pensar,
no puede leer,
no puede cantar,
no puede comer.
No puede escuchar,
ni puede entender,
que para amar y besar
cabeza se ha de tener.
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